24 de diciembre de 2012

Volé hacia lo más alto.


Nunca existieron palabras de explosión
en cada encuentro se evaporaban.
Vuelan fundiéndose con tu mirada (y sonrisa)
hacia mundos  imaginarios
donde existe lo que aquí se perfumó,
lo que nunca se formó para no engañarnos.
Con frecuencia intuimos el fin
antes de comenzar, de articular palabra.
¿Fin? ¿Comienzo? ¿Dónde?
Andamos en círculo repitiendo lo materializado,
mientras tanto lo estancado en el querer (y no poder)
se va marchitando junto con nuestras vísceras
corrompiéndose con el miedo.
En otras ocasiones no existe ni fin, ni comienzo, ni espiral,
simplemente nos guiamos sin tiempo indagando
nuevas experiencias, sabores y sonrisas.
Ojalá tuviésemos la voluntad de realizar
lo ansiado en cada momento,
sin torturarnos la cabeza (ni el corazón).
Tal como concebimos el tiempo
somos conscientes de que siempre hay un fin,
por mucho que pretendamos retrasarlo o evitarlo,
constantemente nos abraza prohibiéndonos exigir cualquier otra consumación.

16 de diciembre de 2012


Caminas como si danzases
por encima de las incertidumbres
que me acogen.
¿Realmente tú eres tú?
En cada palabra, en cada término
percibo tu caricia.
Dejaré de disimular el miedo
para refugiarme en tu verso.
Gritaré lo que siento
sin mirarte a los ojos.
Te abrazaré enmascarando
mi cobardía tras tus brazos.
Pero, ¿qué harás tú?
¿responderás todas las cuestiones?
¿hablarás escondiéndote de lo que deseas manifestar?
¿me abrazarás como si me lo hubiese inventado?
¿engañarás a mi sentir?
Reflexionaré sin perturbarme
mientras ansío el encuentro.
Eso sí: no sin cobardía.

10 de diciembre de 2012


Ardo, es hora de incinerar la amargura
mientras la velo con mi llanto.
Viene la pena
a golpear por dentro el ritmo exigido,
me pesan los ojos: lloran sin querer,
han perdido las ganas de vivir viviendo.
Estaba en un rincón. Serena, sin sonrisa,
casi triste, llevando la pena detrás de los absurdos límites
de la podrida carne de los días.
Me siento cada vez más ligera
como un recipiente que se vacía.
He llegado al odio más inútil
entre cuatro paredes vidriadas de silencio.
Y allí, recuerdo: nacer es comenzar a morir,
pero yo no le temo.
Nada puede temer quien nada tiene,
quien nada espera tener:
apenas tiempo,
tiempo que se detiene
creando los silencios más absolutos
estallando el vacío.
Hay días que se parecen a una casa en ruinas
en los que aprendo a no pedir nada,
en los que me pierdo y no sé qué hacer con lo que voy descubriendo.
Duele envejecer, el paso del tiempo,
pero más difícil resulta comprender que se ama
solamente aquello que envejece.

No hay nada más aterrador
que estar frente a frente con el paso del tiempo
en una cárcel, en una celda, en prisión
o en un camino equivocado
donde el silencio es tanto,
que se oye cómo pasa.
Es sólo tiempo que pesa sobre nuestras manos,
es sólo tiempo y no es material.
Yo camino, sin prisas,
contando los pasos que voy dando
mientras voceo: “los días son largos, pero la vida es corta”
Sé muy bien lo que deseo: quiero lo no concluido
pero no lo que necesito.
El tiempo que ha dolido el ser lo que ahora eres,
y esa muerte que ha venido a remplazar la herida.
Dicen que los muertos dan asco,
pero ser viejo es peor que la muerte.
Lo articularé: mi destino es esperar en la puerta mientras otros pasan.

4 de diciembre de 2012


Aún conservo su brillo en las retinas de mi memoria
arañándome las vísceras en lo más profundo.
Es la nostalgia de lo finito por lo infinito,
la búsqueda constante e inconsciente del ser.
Me estoy haciendo.
Estoy siendo y estoy haciéndome.
Dime todo lo que te provoco,
entretanto bebo para emborrachar al corazón.
Pero tengo miedo:
¿cuánto miedo eres capaz de retener?
¿de qué sirve seguir alimentándolo?
La felicidad duele.

Me dije: nunca es lo imposible,
nunca ha empezado y nunca acabará.
Constantemente recuerdo aquella cita:
“Los que menos lo merecen más lo necesitan”
Pues no.
Hoy no.
Yo no.
Sólo en el tiempo hay espacio para mí.
No cumplo nada, sólo vivo,
¿esperando o sin esperar?
Qué más da.
Moriré un domingo, son días de muerte.
¿Adónde voy?
Sólo voy.