29 de marzo de 2013

Mi rival resultó ser parte de mí,
llegó a comprenderme, a sentir la estabilidad del hogar,
pero aúllan
y aparecen sensaciones contrariadas,
experiencias injustificadas,
miradas perdidas,
situaciones aprovechadas,
quizá la búsqueda de su propio beneficio
a través de mi carne.
Intento traducir el asombro,
aceptar la respuesta.
No puedo.
No quiero comprenderlo.
Parezco estar ante mi adversario,
lo miro, cuento la distancia, doy un salto.
¿Puede resultar comprensible?
Acaso, ¿has muerto al que eras antes?
Al principio fue un darse cuenta,
luego vino la pena
y la sensación de vivir la distancia.

Formamos una montaña frente a otra,
llevamos el mismo peso.
Su expresión me recordó
al hecho de ser una hormiga
a la que pueden arrancar las patas,
cortar o pisotear la cabeza
quedando impune.
Somos seres por fuera
más que por encima o por debajo
del ser.
Igual que un gato mira,
con el pelo erizado,
despacio, a veces dulce,
a veces sinuoso
como si
tuviera que esconderse
tras alguna esquina.
Tus ojos
que ya no sé de qué color
me deslumbran por la casa.
La distancia que tiendes
nos aproxima
y nos aísla.

Lo trato de comprender a través
del filósofo griego: “el hombre que siente mucho, habla poco.”
Aprendiendo a no encontrarnos,
a no mirar a los ojos,
a ni siquiera responder
por lo que será de nosotros.
Pero no lo pretendo,
intento desaprender lo definitivo,
procuro descreer lo evidente.
Soy siempre lo que entrego,
las palabras que digo y las que nunca digo.
Tal vez esta constancia
sea lealtad a otra silueta,
pero una vez apartados
de nuestro primer esbozo
no habrá otro bosquejo,
nos hemos salido del papel
con titubeantes improvisaciones.

Confío en que no es nada, nada
algo sin trascendencia,
nada.
Una leve dificultad,
un problema de angostura.

24 de marzo de 2013


Ya no toco su vida, su soledad, su frente,
yo no soy en su noche más que un lago, una copa,
un profundo sueño,
en que puedes ver aun cerrados los ojos
la oscuridad,
el anticipo de la muerte,
un día frío, el que espera
y llega y se entrega a la noche, a una boca,
al olvido total que lo ciega.
Ser cuerpos tendidos, concretos,
sometidos, felices, dorados, anudados,
olvidando la sombra detenida.
Entré en sus brazos
entre mis brazos
entre las sábanas
entre la noche
entre la sombra
entre las horas
entre
un antes y un después.
No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni quién fuiste, ni qué fui para ti.
Tal vez no fue vivir este estar silenciosa
y este terco sentir debajo de su sonrisa.
Quizá debí quedarme en los amores quietos
en vez de buscar el evadido, el despojado,
el ser puro.

No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte, no me verás morir.

4 de marzo de 2013

¿Qué hacías hace exactamente un año en este preciso instante?


Rompiendo ventanas, desgarrando sábanas,
arañando corazones
convirtiendo todo en rojo,
muy rojo.
Tanto el suyo, como el mío, como el de ella,
todo se convertía conforme iban pasando las horas,
los minutos, los silencios.
Moríamos sin decirnos adiós,
cubriéndonos con la desesperanza,
cobijando el lloro entre los recuerdos muertos,
aferrando el desprecio de la vida.

Era un barco pequeño pintado de rojo,
una mancha clavada mar adentro.
El velero se ha ido,
se han roto las amarras que lo unieron al puerto.
Como dijo el poeta:
“El corazón no muere cuando uno cree que debería”.
No supo lo que hacía
pero se abandonó a sus dedos
como si ya no fueran
suyos.