13 de noviembre de 2013

Me abalancé al acantilado sin abrigo, como la última vez.
Ahora navego en los mares del infierno
donde solo hay dolor, pena, fuego y naufragio.
Escucho a la inexistencia, al vacío más carnal,
al dolor que siente una madre cuando le arrebatan a su hija.
Sufro.
Aúllo para ver si me escuchan desde las sumergidas rocas de las ruinas
aquellos que supieron salir sin pies y con sostén.
Mientras tanto aprovecho mi energía cuidando
que los enseres cercanos no me torturen,
ni me liquiden.

¿Podrán salvarme?

2 comentarios:

Sandra Garrido dijo...

el aullido ya es una buena salda, al menos gritarlo sienta bien.

Besos

Darío dijo...

Que no nos atormenten los objetos ni los fantasmas fronterizos... Un abrazo.