Buscaba con mi lengua la huella de su lengua, hundida en mis salivas. La huella de su lengua que nuevamente en ella depositaba, entre sus ingles. Era como si yo tuviera una microcámara en las yemas de mis dedos, que me permitiera ver su interior. Avanzaba, la atravesaba, vadeaba lagos, sorteaba recodos, hasta llegar a una pequeña bolita brillante que se dilataba al contacto con la yema de mi dedo, y a continuación sentía cómo se expandía toda ella, cómo su túnel se enganchaba y se contraía, aprisionando mi dedo y a mí misma. Yo estaba en ella, y ella en mí.
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