Me da miedo salir fuera, me da miedo ir sola a cualquier sitio, me da miedo levantarme, me da miedo lo que puedan decirme, me da miedo todo, me doy miedo yo, me da miedo la huida, y la venida, lo nuevo y los recuerdos, las despedidas y el no saber de la gente que quiero, me da miedo no poder moverme, me da miedo la decisión, y el haberme podido equivocar, me da miedo la vida, me da miedo vivir; he estado tanto tiempo bajo tumba, bajo todos esos tejados que se ven, bajo los árboles, bajo sus raíces, bajo todo lo que esté tan abajo… que todo allí, es oscuro y no puedes ver nada. Ni tan siquiera tú puedes encontrarte, porque al no ver nada, no te ves; no ves tus pies, ni tus manos, ni tu alma, ni cabello, no ves a los que están a tu lado, no sabes si vas o vienes, y aún así, luchas porque tus ojos se acostumbren a esa oscuridad y luchas tanto, que acabas agotada y lo das todo por vencido.
No se ve, y tan cansada llegas a estar, que te tumbas y te acomodas en la oscuridad, en la penumbra y vives en ella, no importa nada ya solo andas en tinieblas, entre ellas, ellas mandan, ellas te mandan, tú sólo obedeces; y palpando, andando sobre un hilo fino, tan fino que en cualquier momento si pisas mal, ¡plof!... te caes. Y es tan fácil pisar mal… es tan fácil cómo no poner un pie justo delante del otro, tiene que estar bien recto, los dos han de formar una sola línea recta, sino, plof… te caes, y no sabes lo que cuesta volver a subir al hilo, ya no sólo subir, sino, la concentración y la voluntad para intentarlo de nuevo.
Un día, intenté pisar el hilo con tanto cuidado, que vi un punto de luz mínimo a lo lejos. Puse mucho cuidado al andar sobre el hilo, iba en dirección a la luz; a ese punto, que a veces, de tanto mirarlo se oscurecía y me cansaba, me cansaba de poner tanta concentración en el hilo, en la luz, en mis pies… el hilo ya roído de tanto andarlo y pisarlo, ya cansado de soportar mi peso una y otra vez, me amenazaba…
Y cuando llegué a la puerta de la cueva, había una gran piedra, una gran roca, que obstruía el paso, yo no sabía bien si quería apartarla, y que me dejase pasar; de nuevo el miedo, no lo sabía bien… así que, esperé, pensé; pero no podía ni pensar, estaba agotada de tanto caminar con tanta concentración y esmero. Había dejado todas mis fuerzas en el maldito hilo, en no caerme.
Todo esto trajo lágrimas, un río entero, cascadas y cascadas de lágrimas. Empezó a llover tan fuerte, que el pequeño punto de luz que vi, hacia el que me dirigía, había desaparecido, ya no lo veía, el agua lo tapó, las nubes lo taparon. Y ahora era aun más difícil empujar aquella roca pesada y gruesa de salida. Yo estaba empapada, estaba temblando de frío y de miedo.
Pasado un tiempo y con ayuda de mucha gente, de muchas cosas, y de estar empapada y llena de truenos, relámpagos y rayos a mi alrededor y yo en la intemperie, decidí reunir fuerzas, las poquitas que me quedaban ya, y empujé la roca. No fue fácil, porque era grande y pesada, gorda y áspera, tampoco sabía bien, si quería gastar esas pocas fuerzas que me quedaban en eso… no, no lo sabía. Pero parece que se movió algo, un poco, muy, muy poco, ahora el punto de luz que había perdido, era mayor, aunque el cielo allí fuera también estaba oscuro, nublado, y aunque parecía todo mas claro, había un toque de oscuridad allí fuera, estaba oscuro, no era esa la claridad con la que yo había soñado.
Aun así, pasé días apoyada en la roca-puerta de salida, y tenía que decidir... dios mío… decidir… tenía que decidir si volver a entrar en la cueva, o dar un paso para salir; las dos eran fáciles, con un solo movimiento de pie estaría fuera y con un solo dejarme caer, tirarme, lanzarme, estaría en el fondo de nuevo.
No se ve, y tan cansada llegas a estar, que te tumbas y te acomodas en la oscuridad, en la penumbra y vives en ella, no importa nada ya solo andas en tinieblas, entre ellas, ellas mandan, ellas te mandan, tú sólo obedeces; y palpando, andando sobre un hilo fino, tan fino que en cualquier momento si pisas mal, ¡plof!... te caes. Y es tan fácil pisar mal… es tan fácil cómo no poner un pie justo delante del otro, tiene que estar bien recto, los dos han de formar una sola línea recta, sino, plof… te caes, y no sabes lo que cuesta volver a subir al hilo, ya no sólo subir, sino, la concentración y la voluntad para intentarlo de nuevo.
Un día, intenté pisar el hilo con tanto cuidado, que vi un punto de luz mínimo a lo lejos. Puse mucho cuidado al andar sobre el hilo, iba en dirección a la luz; a ese punto, que a veces, de tanto mirarlo se oscurecía y me cansaba, me cansaba de poner tanta concentración en el hilo, en la luz, en mis pies… el hilo ya roído de tanto andarlo y pisarlo, ya cansado de soportar mi peso una y otra vez, me amenazaba…
Y cuando llegué a la puerta de la cueva, había una gran piedra, una gran roca, que obstruía el paso, yo no sabía bien si quería apartarla, y que me dejase pasar; de nuevo el miedo, no lo sabía bien… así que, esperé, pensé; pero no podía ni pensar, estaba agotada de tanto caminar con tanta concentración y esmero. Había dejado todas mis fuerzas en el maldito hilo, en no caerme.
Todo esto trajo lágrimas, un río entero, cascadas y cascadas de lágrimas. Empezó a llover tan fuerte, que el pequeño punto de luz que vi, hacia el que me dirigía, había desaparecido, ya no lo veía, el agua lo tapó, las nubes lo taparon. Y ahora era aun más difícil empujar aquella roca pesada y gruesa de salida. Yo estaba empapada, estaba temblando de frío y de miedo.
Pasado un tiempo y con ayuda de mucha gente, de muchas cosas, y de estar empapada y llena de truenos, relámpagos y rayos a mi alrededor y yo en la intemperie, decidí reunir fuerzas, las poquitas que me quedaban ya, y empujé la roca. No fue fácil, porque era grande y pesada, gorda y áspera, tampoco sabía bien, si quería gastar esas pocas fuerzas que me quedaban en eso… no, no lo sabía. Pero parece que se movió algo, un poco, muy, muy poco, ahora el punto de luz que había perdido, era mayor, aunque el cielo allí fuera también estaba oscuro, nublado, y aunque parecía todo mas claro, había un toque de oscuridad allí fuera, estaba oscuro, no era esa la claridad con la que yo había soñado.
Aun así, pasé días apoyada en la roca-puerta de salida, y tenía que decidir... dios mío… decidir… tenía que decidir si volver a entrar en la cueva, o dar un paso para salir; las dos eran fáciles, con un solo movimiento de pie estaría fuera y con un solo dejarme caer, tirarme, lanzarme, estaría en el fondo de nuevo.
Los pros y los contras, muchos: la cueva la conocía, el exterior no, pero me había costado tanto llegar hasta allí que si me arrepentía y me volvía a tirar…
- Tú decides: volver a caer, o salir y ver el sol.
- Pero el sol quema y la oscuridad duele
- ¿Prefieres dolor o quemadura?
- Tú decides: volver a caer, o salir y ver el sol.
- Pero el sol quema y la oscuridad duele
- ¿Prefieres dolor o quemadura?
No hay comentarios:
Publicar un comentario