Rompiendo
ventanas, desgarrando sábanas,
arañando
corazones
convirtiendo
todo en rojo,
muy
rojo.
Tanto
el suyo, como el mío, como el de ella,
todo
se convertía conforme iban pasando las horas,
los
minutos, los silencios.
Moríamos
sin decirnos adiós,
cubriéndonos
con la desesperanza,
cobijando
el lloro entre los recuerdos muertos,
aferrando
el desprecio de la vida.
Era
un barco pequeño pintado de rojo,
una
mancha clavada mar adentro.
El
velero se ha ido,
se
han roto las amarras que lo unieron al puerto.
Como
dijo el poeta:
“El corazón no muere cuando uno cree que debería”.No supo lo que hacía
pero se abandonó a sus dedos
como si ya no fueran
suyos.
1 comentario:
Corrimientos al rojo, dicen, pero no saben que todas las epopeyas que suceden en el cosmos tienen su réplica en miniatura en un corazón rojo, húmedo, sangrante.
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