Navegaba
por un mar repleto
de ternura,
afinidad, excelencia
incluso
de engaños y huidas.
Evacué
sin miramientos
hacia
un posible lugar
donde
no se tambaleara la superficie
en
cada giro inesperado
y
con cada tormenta.
Nunca
llegaba el huracán,
todo
parecía estar siempre en calma:
sus
brazos,
sus
besos,
su
mirada.
Pero
un día la lancha empezó a temblar,
vacilaba,
se
partió en dos,
cada
parte quería encauzarse
en
direcciones contrarias.
Entonces
llegó la borrasca
y
fue cuando huí
para
buscar tierra firme.
Con
duro esfuerzo, una vez allí,
incendié
los pedazos,
las
maderas proporcionaron calor,
y
sus cenizas las aproveché para abonar las plantas.
Construí
un pequeño refugio
donde
solo entrábamos mi pena y yo;
de
vez en cuando se asomaban seres
a
los cuales acababa despreciando,
no
sé si por miedo
por
ignorancia
o
por utilidad.
¿Utilidad?
¿Estoy jugando?
Solo
vago mientras siento
revolverse
a las entrañas
en
cada encuentro.
Quizá
me haya engañado,
les
haya engañado,
nos
hayamos engañado,
pero
solo he pretendido deleitarme
y continuar
pisoteando el suelo firme
sin
perder la cordura
(¿es
ese el error?).
Nunca
he pretendido ser,
ni
utilitarista, ni materialista
solo
me construyo en cada acción
y
así vivo.
Un
día despierto
creyendo
en la desaparición de aquellas cenizas
y
como un espectro
emergen
en forma de recuerdo:
es
presencia.
Evocan
que aquella barca,
aquel
mar,
aquella
vida
fue
algo real y mágico
y terminas
desconfiando
hasta
de tu determinación.
2 comentarios:
adentrarse en este mar, con sus sacudidas, ha sdo como un naufragio.
besos
Sospecho la eternidad de las cenizas...
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