Me abalancé al acantilado sin abrigo, como la última vez.
Ahora navego en los mares del infierno
donde solo hay dolor, pena, fuego y naufragio.
Escucho a la inexistencia, al vacío más carnal,
al dolor que siente una madre cuando le arrebatan a su hija.
Sufro.
Aúllo para ver si me escuchan desde las sumergidas rocas de las ruinas
aquellos que supieron salir sin pies y con sostén.
Mientras tanto aprovecho mi energía cuidando
que los enseres cercanos no me torturen,
ni me liquiden.
¿Podrán salvarme?
2 comentarios:
el aullido ya es una buena salda, al menos gritarlo sienta bien.
Besos
Que no nos atormenten los objetos ni los fantasmas fronterizos... Un abrazo.
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